jueves, 30 de agosto de 2007

Las dos manchas de vino

Que tal. Aquí les pongo este cuento escrito hace ya muchos, muchos meses (escrito hace años), para que lo lean y aporten sus comentarios. Me parece indicado comentar la suerte de este texto: en todo sitio donde lo he llevado para su lectura y posterior análisis --o por lo menos una buena dosis de comentarios-- una fuerza extraña ha actuado y en consecuencia no recibo nada, ni siquiera la certeza de que ha sido leido. Espero que por fin el karma de este cuento sea diferente. (Agrego este cuento, más que cualquier otro motivo, para por fin recibir comentarios de él. Quizá, ahora lo pienso, debí haberlo trabajado más, pero ya es un texto viejo para mí).





Las dos manchas de vino

Una mañana de domingo del año 1881, míster Nollan Cadbury, eminente banquero, y respetable miembro de la sociedad londinense, despertó con una palabra en mente: deja vu. Desde un principio supo que la palabreja no lo abandonaría en todo el día, hasta que no hubiera conocido el significado de la misma. Almorzó tranquilamente, evadiendo aquel vocablo francés siempre que se le aparecía entre los alimentos, y así, mientras hacía ambas cosas, intuyó que debía consultar a su amigo Lemuel Carfax, un extraño personaje marginado de la sociedad, estudioso de las ciencias ocultas, que vivía casi como ermitaño en una casona a las afueras de Londres, hacia el norte.
Ambos hombres, se habían conocido en un viaje de negocios de Mr. Cadbury a la campiña francesa en el año de 1876. El banquero había viajado personalmente para cerrar un trato importantísimo con un cliente que padecía de una extraña enfermedad y que vivía en una mansión un tanto alejada de las grandes urbes. Ahí conoció a Mr. Carfax, quien fue presentado como “uno de los mejores médicos ingleses de los tiempos en que vivimos”. Mr. Cadbury, aunque nunca había oído hablar de aquel extraño inglés, aunque al principio desconfiaba y era un tanto receloso, pronto entabló una amistad bastante estrecha con el supuesto médico. Y así, poco a poco, mientras el francés recuperaba la salud milagrosamente, y se salvaba de una muerte ya anunciada por todos los médicos que habían ido a revisar el enfermo, Carfax enseñó un poco de las artes ocultas a Cadbury.
Solo Dios sabe que designios tenía en mente aquel raro hombre cuando decidió entablar una relación amistosa con el ingenuo banquero, que se quedaba asombrado cuando se le mostraban algunos “pequeños e insignificantes secretos”. El caso es que el ocultista invitó a su amigo a visitarlo en su casa a las afueras de Londres, después de su regreso a Inglaterra. Pocos días después de volver de Francia, Mr. Cadbury observó por primera vez la fachada de la casona en que vivía su insólito amigo, y tuvo una sensación bastante extraña, la cuál no era capaz de definir exactamente, pero cuando se refería a ella, lo hacía como “una rara mezcla entre un asombro moderado y un vago miedo a algo desconocido”. Aquella casa, en realidad una mansión, tenía un arquitectura que el banquero no había visto nunca antes en toda Inglaterra, ni incluso, en los países del continente, y eso que el antaño había emprendido numerosos viajes a diversos países. La morada de Carfax era descrita por su amigo simplemente como “indescriptible”, y es que no solo los estilos gótico, clásico y victoriano se fusionaban en la construcción, sino que además, como empotrado al ala este, podía observarse la mitad de una de esas piedras gigantescas, monolíticas, como las que constituían el monumento de Stonenghe. Además, las gárgolas que adornaban la fachada en la parte más alta de la misma, acentuaban la rareza de aquel inmueble.
La primera vez que Mr. Cadbury había ido a la mansión, tenía en mente una palabra que lo martirizaba, y que no podía recordar donde había escuchado. Aquella palabra era deja vu. El banquero, no pudiendo soportar que esa palabra se le repitiera una y otra vez a lo largo de la semana, había ido a visitar a su amigo, pues de alguna manera sabía que el podría ayudarlo a librarse de aquella molestia, y decirle que significaba aquello; solo así podría estar en paz. Sin embargo al llegar a la morada de su amigo, casi olvida el motivo de su visita, pues la construcción de aquella mansión, rebasaba los límites de lo verosímil. Sin embargo, se atrevió a llamar a la puerta, y un mayordomo, de mala catadura, casi anciano, y de ojos negros y penetrantes, lo hizo pasar. Luego lo llevó hasta un salón donde no había ventanas, pero donde estaba encendido un fuego en la chimenea, y ahí lo dejó, diciéndole que Mr. Carfax vendría enseguida. El mayordomo salió, y Mr. Cadbury, de repente, recordó la maldita palabra, ¿Qué diablos era un deja vu? Y entonces, molesto, mirando hacia la chimenea, no se percató que el mayordomo había vuelto a entrar al salón, y que traía consigo una bandeja con una copa de vino. Irritado porque aquella palabra no lo dejaba en paz, el banquero lanzó un manotazo y derribó la copa, al tiempo que decía con una voz fuerte –quiero saber que significa. La alfombra se manchó con aquel vino, y después de tal incidente, entró Mr. Carfax al salón; entonces el banquero olvidó la palabra de modo extraño, y no volvió a pensar en ella hasta después de cinco años.
Aunque las visitas a la mansión habían sido más o menos regulares, con intervalos de tres semanas, en realidad Mr. Cadbury no había aprendido mucho de las ciencias ocultas, y seguía asombrándose ingenuamente con los datos e historias que su amigo le contaba en cada una de las visitas. Tampoco la mansión le había sido revelada a Mr. Cadbury y siempre se reunían los dos amigos en el salón, en el cuál siempre, a partir de la segunda reunión, el anfitrión ya estaba esperando a su huésped. Sin embargo en esta ocasión, pasó algo que no pasaba desde la primera reunión, y eso fue precisamente, que Mr. Carfax no estaba en el salón cuando llegó el banquero. Aquella palabra seguía atormentándolo y quería saber el significado, tal era la razón de su visita a la mansión. El mayordomo condujo a Mr. Cadbury al salón, y lo hizo pasar, le dijo que Mr. Carfax vendría en seguida, luego lo dejó solo un momento y regresó con una bandeja en la cuál traía una copa de vino. El banquero, parado casi encima de la mancha de vino, se sintió irritado por el recurrente recuerdo de aquella palabreja y mientras miraba a la chimenea, no se percató que el mayordomo había vuelto a entrar. Entonces dijo con voz fuerte, -quiero saber que significa, al tiempo que lanzaba un manotazo y derribaba la copa. Mientras la alfombra se ensuciaba por segunda vez con el mismo vino, y ambas manchas de tan cercanas se fusionaban, Mr. Cadbury añadió - ¿Qué diantre es un deja vu? Y al mismo tiempo, tenía la vaga sensación de que lo que acababa de ocurrir ya había pasado alguna vez.

Una minificcion. Se vale criticar

De cómo censurar un texto y todo lo demás
Indignadas ante su contenido que era una apología a la homosexualidad, las altas autoridades eclesiásticas sólo alcanzaron a pronunciar: “¡Puto el que lo lea!”
Del 18 al 29 de junio del 2007


Disponible también en "http://laultima-tentacion.blogspot.com"